OnMars
4 min readJul 21, 2016

Ya son las ocho…

Ese día iba tarde, como siempre, de todas formas la importancia está en que ojalá al llegar a tiempo a algo, nos encontremos con que nuestra mejor noticia del día seamos nosotros.

Para todos los que no hemos podido alcanzar al tiempo en las mañanas, o incluso en todo un día :

Yo sé, son muy pocos los que aún dudan de los calendarios, así que cuando me dispuse a escribir esto me di cuenta que lo estaba haciendo a destiempo, es decir, en la hora y día menos planeados por mi cabeza para hacerlo, pero aún así, habiéndolo planeado, estoy segura que no lo hubiese cumplido. Siempre a destiempo.

De un tiempo para acá la vocación de la puntualidad es algo que inequívocamente asusta. Crecemos un poco cuando nos damos cuenta que el resto de nuestras vidas podría depender, incluso, de llegar a tiempo a una cita. Nacemos condicionados por la rotación del planeta en cuanto a horas, minutos y segundos.

Pero somos, aunque no lo crean, la generación copernicana a la que el tiempo no le alcanza, así que no sentir tedio sobre cada minuto que se perdió, así como ir a destiempo, u olvidarnos de la distribución occidental de los días, es ejercer el viejo arte de respirar mientras la atmósfera nos soporta, pero también es tener que acompañar, paradójicamente, a la ausencia de «claridad diurna» la misma que indica que se está viviendo una especificidad. Básicamente, descolgarse de las horas y de la conciencia geocentrista es una insurgencia al orden que tiene el universo, perdernos de la conciencia horaria o incluso de los días, es el destiempo para sentirnos los dioses de la comarca que es el mundo, es casi como un regalo inconsciente porque es también ese beneplácito y condescendiente estímulo que nos da el tiempo, que se opone al apático sistema del que somos parte, el cual está hecho de prisa, de esa clase de colisión, que entre los codazos de la mañana, la mañana se entera que es de día. Esa aproximación con la realidad es la verdadera razón por la cual sentimos tan excesivamente el frío de las madrugadas, o que nos toque hacer de médium entre el más allá y nuestra disposición para empezar a hacer las cosas.

Estoy segura que los seres humanos no nos asombramos inútilmente cuando caemos en la cuenta de que se está en cierta fecha, todo lo contrario, debe existir una relación entre la tecnicidad qué es «caer en la cuenta» y el golpe que nos significa, todo destiempo marca la forma y la manera en que nos encontramos ejerciendo nuestra puntualidad ya sea en horas o días, así que el baño de agua fría es enterarnos de nosotros mismos, de que estamos ocupando un espacio, de que somos materia frágil, volvemos a la relatividad de las leyes de la naturaleza, es como esa primera noticia del universo que somos, incluso, el tal golpe de la caída podría ser también como la revelación de nuestra memoria, que nos hace indagar sobre preguntas instantáneas que nos hacemos, como por ejemplo la clásica pregunta de Dónde nos encontrábamos hace un año.

Si perdernos y olvidarnos del tiempo es un beneplácito fabricado casi siempre por el ocio, es normal que el cuerpo que esté en reposo sienta la vóragine que es, que de la nada se le agudicen los sentidos, que se le enciendan de nuevo las hormonas de alerta con el entorno, que suprima de inmediato la compasión humana pero excesiva que se tiene instantes antes de caer, de llegar, de volver a esa sensación que solo experimentamos cuando nos convertimos en los neófitos del instante. Esto es bello, mucho más que bello, porque el beneplácito y condescendiente estímulo del tiempo, es algo cómodo, como una fábrica de deudas, tareas y pendientes que no mortifican, no obstante, «caer en la cuenta» es mejor, no olvido nunca el día en que fui mi mejor primicia, algo así como si yo hubiese sido la noticia del día, porque entre la prisa, los codazos del día, la excesiva información mediática de las Redes Sociales, la cantidad en el flujo de noticias, las reglas que me impuse para tratar mis pendientes, logré caer en la cuenta de que ya eran las ocho y que ya era cinco (5) de julio, y que mi primera tarea del día era encender mi empatía con el mundo. Días antes a ese golpe, la rutina y la cafeína me habían estado pisando los talones; me enteré entre líneas que en definitiva la rutina es la abducción más terrenal que experimentamos como humanos.

Ese día iba tarde, como siempre, de todas formas la importancia está en que ojalá al llegar a tiempo a algo, nos encontremos con que nuestra mejor noticia del día somos nosotros.

Los telediarios en las mañanas no me gustan; porque el mundo comienza por nosotros.

…(mañana sonríe).

@ingridMartR

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Written by OnMars

- Editar en tiempos revueltos. Bogotá, D.C.📬 @InMarzt

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